lunes, 8 de julio de 2013

Niko Kozlov y Toni Soprano, tres de series

Reconozco que el recurso a la intriga mafiosa es algo que utilizo en Brick y el olivo 33 para enganchar al personal. Por lo que me contáis algunos, creo haber conseguido el objetivo, aunque claro, a los amantes de la novela negra negrísima (la mía tan sólo lo es en parte), como algunos de mis amigos, les hubiese gustado que mi mafioso fuese más malo de lo que lo pinto.
Vamos a ver, queridos, y respetando las diferentes sensibilidades lectoras que tenga cada cual, que para eso cada uno es hijo de su padre y de su madre. ¡Joder tíos!, su primer asesinato, en su añorado Moscú, fue golpeando salvajemente a un tipo con un bate de béisbol en el cerebro hasta reventarle los sesos, seguido de innumerables trabajitos para el gran capo, sin hacerle ascos a ningún tipo de procedimiento ni armamento ilícito imaginable. Eso de jovencito, mientras iba cogiendo experiencia profesional, antes de emigrar a la Costa del Sol y fundar su propio imperio criminal, dedicándose a las honorables actividades del tráfico de seres humanos para el ejercicio de la prostitución, narcotráfico, corrupción de políticos y blanqueo de dinero. Por no hablar de la forma deleznable en que trata a las pobrecillas prostitutas gemelas del Vergier y el procedimiento macabro que urde para intentar deshacerse de ellas (confieso que manejé alternativas más clásicas, como tirar los cuerpos al hormigón fresco de una obra, cortarlos en pedacitos y esparcirlos en el mar para alimentar a los pececillos, o simplemente depositarlos en un estercolero). Para completar el amable perfil de mi mafioso, os recuerdo, majetes, que el muy hijo de puta se carga a sangre fría a tres seres humanos, dos de ellos miembros de la misma familia, secuestrando de una tacada a otros tres con la intención, igualmente, de hacerlos desaparecer de este mundo cruel.
Vamos, un santo mi Nikolay Kozlov. San Nikolay, le llamaré en vuestra presencia, queridos Luis y Sergio. Creedme, de santo nada, es malo, muy malo. No os fíes ni un pelo de él.
Otra cosa es que os hubiese encantado ver reflejado en Nikolay Kozlov a Toni Soprano. ¡No te fastidia! Y a mí, pero me temo que entre David Chase y Manuel Bárcenas (por cierto, éste último para los que no os habéis coscado hasta la fecha utiliza indistintamente el seudónimo de Pilar Sivón) existen mares de distancia en genialidad. Ya me gustaría, ya… Entono el mea culpa por haberos creado tales falsas expectativas. Reconozco que forcé, no tengo muy claro hasta que punto conscientemente, algunos perfiles y psicologías. Por ejemplo, que el personaje de la teniente de la Guardia Civil, Gloria Sánchez, fuese un admirador de la serie Los Soprano y sucumbiese a los cantos de sirena del mafioso Toni, haciendo que fuese licenciada en psicología, y hasta que tuviera una pasajera fantasía sexual creyéndose la doctora Melfi; o que la descripción física de Nikolay, un tipo alto, robusto y medio calvo, transmitiese una apariencia física de afabilidad que contrastase con sus inconfesables y sucios negocios, a la manera de Toni Soprano; o que Kozlov fuese un consumidor habitual de puros de vitola esplendidos y gran longitud, mostrándole a posta al estilo hortera de Los Soprano, gordo, en bata y zapatillas de andar por casa, con las piernas cruzadas luciendo unas blanquísimas pantorrillas….Mea culpa.
En lo demás, he procurado utilizar un cliché lo mas creíble posible para un mafioso que se precie de ello: residencia en una lujosa mansión, tendencia natural a la maldad y a corromper voluntades, jefatura de un clan familiar, negocio de prostitución e impotencia para ver en la mujer algo distinto a un objeto de deseo sexual…En fin, lo común de los que se dedican al oficio criminal, en mi caso personalizado en un malvado de origen ruso. Frente al glotón de Toni Soprano, exhibiéndose exultante en toda su basteza y tosquedad en camiseta de tirantes, mi Nikolay es mucho más refinado. Nada de entrañables, cotidianas y paralelas  vidas familiares enfrentándose después de un duro día de trabajo en sus negocios, con los problemas de sus hijos en los estudios o metiendo la nariz en sus amoríos. Y por supuesto, ni se plantea ir a un psicólogo. ¡Qué barbaridad, qué incongruencia, qué dislate en un mafioso de pro!
Y ahora dejando bromas aparte, al margen de clichés y originalidades, lo que a mi, particularmente, me acucia a estas alturas del análisis, es el por qué a la gente decente les gusta la vida de estos tipos tan malos. ¿Cómo es posible que a la teniente de la Guardia Civil, Gloria Sánchez, le atraiga un tipo tan desagradable como Toni Soprano? ¿Qué puede ver en un garrulo como ese una diligente ama de casa y excelente policía? ¿Será su espectacular físico? Porque espectacular es, musculoso y fibroso no, pero espectacular…
Yo creo que la respuesta está en la propia naturaleza humana. La mayoría creemos en la bondad del ser humano, en la vida en sociedad y en la colaboración entre individuos como una necesidad, pero al mismo tiempo, también somos plenamente conscientes de su potencial de maldad. El Yin y el Yang existencial que lo complementa todo. Al menos, así explico yo, la empatía amable que me causa el hijo de puta de Toni Soprano, que después de acribillar, descuartizar y tirar los trocitos de su mejor amigo al mar, es capaz de llegar a su casa y decirle algo bonito a su mujer o ponerse a ver una película con sus hijos. Me encanta verle acudir a la doctora Melphi a contarle sus debilidades y espero, ya sé que vanamente,  que ésta logre meterle en vereda y le enseñe el camino moral correcto. Me resulta fácil conectar directamente con su aspecto bonachón, su carácter campechano, su alma de delincuente en constante arrepentimiento, sabiendo que lo que hace esta mal y que existe algo llamado bien, al que nunca podrá llegar, procurando encontrar una justificación, como buen latino, refugiándose en la familia.
Y puestos a encontrar un sentido a las cosas, me pregunto que tiene de gracioso aplaudir a estos mafiosos de la pantalla, cuando su presencia en el mundo real cada vez es más patente y siniestra. En Brick y el olivo 33 trato de transmitir esta idea. En mi opinión, la mafia internacional actual cada vez más busca un mayor refinamiento, mostrar una cara de legalidad. Es lo que hace Nikolay Kozlov, cuando apuesta por su nueva Las Vegas de la Costa del Sol, haciendo que las autoridades a las que corrompe le vendan el producto políticamente, y hasta logrando la implicación de una sociedad pública promovida por la mismísima Junta. O utilizando las tarjetas cibernéticas de prepago que la banca internacional pone a su disposición, recogiendo ésta de paso, sin ningún tipo de escrúpulos, las migajas de oro del uno por ciento del ingente tráfico de drogas, armas y prostitución, del distinguido cliente señor Kozlov.
Pero lo más grave de la realidad de nuestros días, y que la crisis está evidenciando con suma transparencia, es la existencia de una peligrosa convergencia en los paraísos fiscales del dinero procedente de una doble globalización mundial: la de los mercados financieros y la del crimen organizado. Sí, el lugar donde convergen las grandes fortunas del mundo y las mafias internacionales es el mismo, con el agravante de que estas últimas buscan revestirse de una imagen de legalidad controlando las más variopintas actividades económicas, y su poder financiero es ya más que suficiente para hacer tambalear a su antojo la estabilidad de muchas endeudadas democracias.
En fin, que queréis que os diga. La ficción de los Soprano o de los Kozlovs, como entretenimiento y como reflexión filosófica sobre la vida, la muerte, el bien y el mal, me parece un ejercicio mental sano. Otra cosa son los Tonis y Nikos que andan por ahí fuera condenando a otros a vivir sin esperanza. Esos no me hacen ni puta gracia. Entre ellos se encuentran los responsables de la debacle económica y moral, y en mi opinión, tienen una responsabilidad criminal a la que tarde o temprano tendrán que enfrentarse. Por decencia y justicia. Y porque la vida no puede ser un par de calcetines, ¿verdad, James Gandolfini? Descansa en paz.


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