martes, 4 de junio de 2013

Dolores

Dolores no es ninguna modelo despampanante que quite el hipo. Todo lo contrario. No es muy guapa, y su procedencia es más bien humilde. A mi no me importa. Dolores es mi amiga, muy maja y alegre, y, sobre todo, sabe escuchar como ninguna. Cuando Brick y el olivo 33 se atascaba, era la única que sabía darme el consuelo necesario. Creo que entre los dos existe algo parecido a la telepatía. En los momentos en que las musas decidían ausentarse, invariablemente, recibía una llamada de Dolores proponiéndome que abandonara por un tiempo mi cueva de escritor y nos fuéramos a dar una vuelta. Por lo general, nuestro paseo suele ser siempre el mismo. Del mar a la cumbre, solemos bromear. El trayecto es largo y las pendientes duras. Yo procuro concentrarme en mis piernas y aguantar el dolor físico, pero no lo conseguiría sin Dolores. Es ella la que nunca me deja desfallecer. Entre pedalada y pedalada yo le voy contando mis penas: lo sólo que me siento ante mi ordenador, lo poco que descanso, mi miedo al fracaso o a decir tonterías, mis obsesiones de escritor, mi incapacidad para seguir adelante con la trama o para encontrar la personalidad adecuada de algún personaje…Dolores me escucha atentamente, pero raramente me interrumpe; me deja desahogarme. Tiene la virtud de hacer que me olvide del dolor que me causa el esfuerzo físico que realizamos juntos. En la cima nos gusta parar un momento y sentarnos a contemplar el paisaje: la playa de San Juan, el cabo Huertas, la Serra Grossa, la isla de Tabarca y el faro de Santa Pola, a un lado; el Campo de Alicante, Jijona, Torremanzanas y el puerto de la Carrasqueta, al otro. Es entonces cuando Dolores me susurra al oído y me muestra el camino.
Una cosa está clara, sin Dolores, Brick y el olivo 33 no existiría.
Gracias Dolores por ser mi compañera fiel cuando más lo necesitaba.

Ver La ruta de los dolores en un mapa más grande

Dolores

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