lunes, 17 de junio de 2013

Noche tormentosa

Me gustan los cuadros de Alfredo Albajara.
Logra algo muy difícil: que me duela su dolor, que se me muestren sus miedos, sus obsesiones, sus fracasos, su abandono, su soledad, su ansía de libertad, su integridad... Logró incluso que entendiera su grave ictus cerebral, quizás por ciertas analogías con los que sufrió mi hermana Pilar, el último de los cuales le causó la muerte.
Alfredo nunca sabrá, o quizás sí, quién sabe, que Noche tormentosa, resultó fundamental para que quien les habla diese a luz Brick y el olivo 33. Como no, fue Dolores, la amiga fiel que los lectores de este blog ya conocéis, con sus zalamerías empalagosas, quién evitó que Brick, el olivo 33, Jana, su puto coche eléctrico, el Digital Times y toda aquella estúpida ficción que me estaba volviendo loco, acabase en la papelera de reciclaje. Me lo susurró al oído, un día que se presentaba propicio para el cobarde abandono y la huída. La muy sibilina me hizo ver que tras la noche tormentosa siempre llega un amanecer calmado, que era posible volver a pasear por Huertas, por el Barrio de las Letras, por el Madrid de los Austrias o zamparse un bocadillo de calamares en la Plaza Mayor. Y, lo más importante, y que me hizo sucumbir al runruneo de la deliciosa Sibila, que el secreto estaba en intentar vivir como en aquellos tiempos remotos de felicidad donde los sentimientos eran genuinos y las utopías, posibles.
El verdadero nombre de Noche tormentosa es Dejará de llover, y se lo regaló Alfredo a Luis, uno de sus mejores amigos. Probablemente, no sea el mejor de su obra, pero es un cuadro que para mí destila pura esencia vital. La lluvia golpeando el cristal, invitando a refugiarse en el calor del lar familiar; el cielo oculto tras la aparente luminosidad blanquecina, negro, negrísimo, como el alma en algunos inevitables momentos de la vida; un mar que no se ve pero se intuye agitado; una luz de esperanza para el lobo de mar desorientado, el faro que guía al puerto seguro; un cuerpo desnudo, ligero ya de equipaje, buscando la verdad en el infinito; un escritor solitario ante su máquina de escribir, que muy bien podría ser un escultor ante la piedra desnuda, un fotógrafo ante la perspectiva imposible de un paisaje, o, quién sabe, el mismísimo Alfredo Albajara ante un lienzo blanco por estrenar. Todo con un amargo sabor de soledad hopperiana, y a canon de esas novelas negras que tanto le gustaban. La decadencia de héroes imposibles, la eterna búsqueda de la verdad, la atmósfera misteriosa, la antítesis entre los buenos y los malos, siendo siempre, estos últimos (¿verdad Luis?), malos malísimos, corrompidos hasta la médula. Y como no, los efluvios de una triste melodía de buen jazz o de la melancólica bossa nova, como fondo musical impregnando el ambiente.
Nada mal para un tipo al que la vida maltrató inmisericordemente, que reflejaba como nadie en sus cuadros el desengaño, la traición, los entresijos de la miseria y el dolor humano. Un tipo que aspiraba a ser feliz, simplemente, pintando sus sueños. Un ser humano demasiado necesario en este mundo absurdo en el que la mayoría se limita a sobrevivir. Un genio de los de verdad.
Luis, quiero que este post sea un homenaje a la amistad, a la que os brindasteis mutuamente Alfredo y tú.
Rudyard Kipling dixit:
“Un hombre hay entre mil que os será más amigo que un hermano…. ¡Vale la pena que se gaste el tiempo en el tenaz empeño de encontrarlo!”.
Tu amistad con Alfredo fue una entre mil. Generosa, sin límites. Dispuesta a acudir a la llamada del amigo perdido en su soledad, creyendo al mundo en contra suya, en cualquier circunstancia, para hacerle compañía y rescatarle, al menos temporalmente, de las arenas movedizas de la vida y de las turbulentas aguas de la locura, sufriendo junto a él sus agravios, sus afrentas y los dolores del alma, y haciéndolos tuyos. ¡Dios, lo que daría por tener un amigo así! Uno sólo, sólo uno, uno entre mil, entre millones.
Me hubiese gustado invitar a Alfredo a compartir este blog, y saber su opinión sobre Brick y el olivo 33. Probablemente pensaría como tú, que los malos tienen que ser más malos. ¡Más novela negra, y menos ñoñería, joder!, o algo así. Lo siento, ya quisiera yo llegar a las suelas de los zapatos de la maestría de Alfredo para plasmar en el lienzo sus sugerentes insinuaciones de desnudos de mujer, sus admirables transformaciones de la realidad o los inagotables submundos de su amado y odiado Madrid.
Ya me callo y termino, Luigi, no sin antes invitarte a que paseemos en silencio una vez más por su jardín de ilusiones. Creo que a Alfredo le gustará vernos contemplar el bonito homenaje que le han dedicado sus hijas. Además, ya sabes que nos deja tocar todas sus flores, olerlas, deshojarlas y hasta ponérnoslas en el ojal, si nos place. Lo dejo ya que una lágrima cayó sobre mi teclado. Pincha aquí y aquí, y no llores tú también como una nenaza.

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